El
crecimiento exponencial de la contaminación del aire en las grandes ciudades,
del agua potable y del ambiente en general; el calentamiento del planeta, el
principio de la fusión de los glaciales polares, la multiplicación de
catástrofes "naturales"; el principio de la destrucción de la capa de
ozono; la destrucción, a una velocidad creciente, de los bosques tropicales y
la rápida reducción de la biodiversidad por la extinción de miles de especies;
el agotamiento de tierras, su deseritficación; la acumulación de basura,
principalmente nuclear, imposible de manejar; la multiplicación de accidentes
nucleares y la amenza de un nuevo Tchernobyl; la contaminación de la comida,
las manipulaciones genéticas, las "vacas locas", la carne con
hormonas. Todas las luces están rojas: es evidente que el curso enloquecido de
las ganancias, la lógica productivista y la mercantilización de la civilización
capitalista/industrial nos conduce a un desastre ecológico de proporciones
incalculables. No es ceder al «catastrofismo» el constatar que la dinámica del
«crecimiento» infinito inducido por la expansión capitalista amenaza los
fundamentos naturales de la vida humana en el planeta. (1)
¿Cómo
reaccionar frente a este peligro? El socialismo y la ecología -o por lo menos,
ciertas corrientes suyas- tienen objetivos comunes que implican un
cuestionamiento de la autonomización de la economía, del reino de la
cuantificación, de la producción como meta en sí misma, de la dictadura del
dinero, de la reducción del universo social al cálculo de márgenes de
rentabilidad y a las necesidades de la acumulación del Capital. Ambos defienden
los valores cualitativos: el valor de uso, la satisfacción de necesidades, la
igualdad social, el resguardo de la naturaleza, el equilibrio ecológico. Ambos
conciben a la economía como una "pieza" en el ambiente: social para
el algunos, natural para otros.
Se
dice, las divergencias de fondo son las que mantienen separados a los «rojos» y
a los «verdes», a los marxistas de los ecologistas. Los activistas ecologistas
acusan a Marx y Engels de productivismo. ¿Se justifica esta imputación? Sí y
no.
No, en la medida en que nadie
denunció tanto como Marx la lógica capitalista de producción por la producción,
la acumulación del Capital, riquezas y mercancías como fin en sí mismo. La
misma idea de socialismo, al contrario de la miserable falsificación de
los burócratas, es la de una producción de valores
del uso, de bienes necesarios para la satisfacción de necesidades humanas.
El
objetivo supremo del progreso técnico para el socialismo de Marx no es el
crecimiento infinito de posesiones ("el tener") sino la reducción de la jornada de trabajo, y
el crecimiento del tiempo libre ("el ser").
Sí, en la medida en que a menudo
en los hallazgos a Marx o Engels (y más todavía en el marxismo ulterior) hay
una tendencia a hacer del "desarrollo de las fuerzas productivas" el
vector principal del progreso, así como una posición poco crítica hacia la
civilización industrial, principalmente en su relación destructiva del medio
ambiente.
En
realidad, uno encuentra en los escritos de Marx y Engels elementos para nutrir
estas dos interpretaciones. La cuestión ecológica es, en mi opinión, el desafío
más grande para un renovación del pensamiento marxista en el umbral del siglo
XXI. Ésta exige a los marxistas una revisión crítica profunda de su concepción
tradicional de las "fuerzas productivas", así como una ruptura
radical con la ideología del progreso lineal y con el paradigma tecnológico y
económico de la civilización industrial moderna. Walter Benjamín fue uno de los
primeros marxistas en el siglo veinte que propuso este tipo de problemas: desde
1928, en su libro Sentido único,
denunciaba la idea de dominación de la naturaleza como una "instrucción
imperialista" y propuso una nueva concepción de la técnica como
"dominio de la relación entre la naturaleza y la humanidad". Algunos
años después, en sus Tesis sobre el
concepto de historia se propone enriquecer al materialismo histórico con
ideas de Fourier, ese utópico visionario que había soñado "un trabajo que, lejos de explotar a la
naturaleza, está en condiciones de aliviarla de las criaturas que duermen
latentes en su seno." (2)
Hoy
todavía los marxismos están lejos de haber colmado sus carencias en este
terreno. Pero algunas reflexiones empiezan a atacar esta tarea. Una pista
fecunda ha sido abierta por el activista ecológico y marxista americano James
O'Connor: es necesario agregar a la primera contradicción del
capitalismo, examinada por Marx, la existente entre las fuerzas productivas y
las relaciones de producción, una segunda contradicción entre las fuerzas
productivas y las condiciones de producción: los trabajadores, el espacio
urbano, la naturaleza. Por su dinámica expansionista, el Capital pone en
peligro o destruye sus propias condiciones, empezando con el ambiente natural
-una posibilidad que Marx no había tenido suficientemente en consideración. (3)
Otro
interesante acercamiento es sugerido en un reciente texto de un ecomarxista
italiano: "La fórmula según la cual se produce una transformación de las
fuerzas potencialmente productivas en fuerzas eficazmente destructivas,
especialmente respecto al ambiente, nos parece más conveniente y más
significante que el esquema muy conocido de la contradicción entre fuerzas
productivas (dinámicas) y relaciones de producción (que las encadenan a las
primeras). Por otra parte, esta fórmula permite dar una fundamento crítico y no
apologético al desarrollo económico, tecnológico, científico, y por
consiguiente para elaborar un concepto de progreso 'differentié'
[diferenciado] (E. Bloch). (4)
Que sea
marxista o no, el movimiento obrero tradicional en Europa -los sindicatos,
partidos socialdemócratas y comunistas- permanece profundamente marcado aún por
la ideología del "progreso" y por el productivismo, y, en ciertos
casos, defiende, sin mayor cuestionamiento, la energía nuclear o la industria
automotriz. Es verdad que un principio de sensibilización ecologista está en
proceso de desarrollarse, principalmente en los sindicatos y partidos de
izquierda en los países nórdicos, en España, en Alemania, etc.
Crisis de la
civilización
La gran
contribución de la ecología fue -y es de nuevo- hacernos tomar conciencia
de los peligros que amenazan al planeta como consecuencia del modo presente de
producción y consumo. El crecimiento exponencial de agresiones al ambiente, la
amenaza creciente de una ruptura del equilibrio ecológico configura un
escenario catastrófico que pone en cuestión la misma supervivencia de la vida
humana. Somos confrontados con una crisis
de la civilización que requiere algunos cambios radicales.
El
problema es que las proposiciones avanzadas por las corrientes dominantes de la
ecología política europea son muy insuficientes o llevan a callejones sin
salida. Su principal debilidad es ignorar la necesaria conexión entre el
productivismo y el capitalismo, de conducir a la ilusión de un "capitalismo
propio" o de reformas capaces de controlar sus "excesos" (como
eco-impuestos, p.e.). Toman como pretexto la imitación, por las economías
burocráticas despóticas, del productivismo occidental, encontrando que espalda
a espalda el capitalismo y el socialismo son dos variantes del mismo modelo -
un argumento que ha perdido sus interés después del hundimiento del pretendido
"socialismo real."
Los
activistas ecológicos están equivocados si ellos piensan poder hacer la crítica
de la economía marxista del capitalismo: una ecología que no comprende la
relación entre el "productivismao y la lógica de la ganancia está
condenada al fracaso -o peor, a la recuperación por el sistema. Los ejemplos no
faltan... La ausencia de una postura anti-capitalista coherente ha conducido a
la mayor parte de los partidos verdes europeos -Francia, Alemania, Italia,
Bélgica- a volverse en simples compañeros "eco-reformistas" de la
gestión social-liberal del capitalismo en los gobiernos de
centro-izquierda.
Considerando
a los trabajadores como irremediablemente ganados por el productivismo, algunos
activistas ecologistas consideran un punto muerto al movimiento obrero, y han
puesto en sus banderas: "ni izquierda, ni derecha". Los ex-marxistas
convertidos a la ecología declaran apresuradamente el "adiós a la clase
obrera" (André Gorz), mientras de otros (Alain Lipietz) insisten que es
necesario salir del "rojo" –es decir, del marxismo o del socialismo-
para adherirse al "verde", al nuevo paradigma que traería una
respuesta a todos los problemas económicos y sociales.
Finalmente,
en las corrientes llamadas "fundamentalistas" (o de la ecología profunda) se llegan a esbozar,
bajo el pretexto de luchar contra el antropocentrismo, una refutación al
humanismo que conduce a posiciones relativistas, colocando a todas las especies
vivientes en el mismo nivel. ¿Es necesario considerar verdaderamente que el
bacilo de Koch o el mosquito anofelises tienen los mismos derechos a la vida
que un niño enfermo de tuberculosis o malaria?
El ecosocialismo
¿Qué es
por consiguiente el ecosocialismo? Se trata de una corriente de pensamiento y
de acción ecologista que hace suyos los principios fundamentales del marxismo
-todos desembarazados del las escorias productivistas. Para los ecosocialistas
la lógica del mercado y la ganancia, del mismo modo que en autoritarismo
burocrático del supuesto «socialismo real», es incompatible con las exigencias
de la salvaguarda del medio ambiente natural. Todos critican la ideología de
las corrientes dominantes del movimiento obrero, pero reconocen que los
trabajadores y sus organizaciones son una fuerza esencial para la
transformación radical del sistema, y para el establecimiento de una nueva
sociedad, socialista y ecológica.
El
ecosocialismo se ha desarrollado durante los últimos treinta años, gracias a
trabajos de pensadores de la talla de Manual Sacristán, Raymond Williams,
Rudolf Bahro (en sus primeros escritos) y André Gorz (ibidem), como en las
preciosas contribuciones de James O'Connor, Barry Commoner, John Bellamy
Foster, Joël Kovel (EU), Juan Martinez Allier, Francisco Fernandez Buey, Jorge
Riechman (España), Jean-Paul Déléage, Jean-Marie Harribey (Francia), Elmar
Altvater, Frieder Otto Wolff (Alemania), y muchos otros, que se han expresado
en una red de revistas tales como:
Capitalism, Nature and Socialism, Ecologia
Politica, etc.
Esta
corriente está lejos de ser políticamente homogénea, pero la mayoría de sus
representantes comparten ciertos temas comunes. En ruptura con el productivismo
de la ideología del progreso -en su forma capitalista o burocrática- y en
oposición a la expansión infinita de un modo de producción y consumo destructor
de la naturaleza, ellos representan una tentativa original para articular las
ideas de un socialismo marxista con las adquisiciones de la crítica ecológica.
James
O'Connor define como ecosocialistas las teorías y movimientos que intentan
subordinar el valor de cambio al valor de uso, mientras organizan la producción
según las necesidades sociales y los requisitos para la protección del medio
ambiente natural. Su meta, un socialismo ecológico, sería una sociedad racional
fundada ecológicamente en el control democrático, la igualdad social y el
predominio del valor del uso. (5) Yo agregaría que esta sociedad supone la
propiedad colectiva de los medios de la producción, una planificación
democrática que permita a la sociedad definir metas de producción e
inversiones, así como una nueva estructura de la fuerza productiva tecnológica.
El
razonamiento ecosocialista reposa sobre dos argumentos esenciales:
1)
El modo de producción y de consumo actual de los países desarrollados, fundados
sobre la lógica de la acumulación ilimitada del Capital, de ganancias, de
mercancías, de despilfarro de recursos, de consumos ostentosos y de destrucción
acelerada del medio ambiente, no puede de ningún modo ser extendido en el
conjunto del planeta, sino bajo la idea de una importante crisis ecológica;
según cálculos recientes, si se generalizara al conjunto de la población
mundial el consumo medio de energía de USA, las reservas actuales de petróleo
se agotarían en diecinueve años. (6) Este sistema está, por tanto,
necesariamente fundado en el mantenimiento y el agravamiento de las
escandalosas injusticias entre el Norte y el Sur.
2)
En este estado de cosas, la continuación del «progreso» capitalista y la
expansión de la civilización fundada sobre la economía de mercado, que funciona
bajo una forma brutalmente inequitativa, amenaza directamente, a mediano plazo,
(toda previsión sería azarosa), la supervivencia misma de la especie humana. El
cuidado de la naturaleza es por tanto un imperativo humanista.
La
racionalidad limitada del mercado sistema capitalista, con sus cálculos
inmediatistas de pérdidas y ganancias, es intrínsecamente contradictorio con
una racionalidad ecológica que toma en cuenta la temporalidad de los ciclos
naturales largos. No se trata de oponer los «males» capitalistas ecocidas con
los «buenos» capitalistas verdes: es el sistema mismo, fundado en una despiadad
competencia, en las exigencias de rentabilidad, en el curso de las altas tasas
de ganancias, que es destructivo de los equilibrios naturales.
El
pretendido «capitalismo verde» es sólo una maniobra publicitaria, una etiqueta
puesta para vender una mercancía, o, en el mejor de casos, una iniciativa local
equivalente a una gota de agua en la tierra árida del desierto capitalista.
Contra
el fetichismo de la mercancía y la autonomización cosificada de la economía,
acendrada a través de neoliberalismo, se pone en juego el futuro que es, para
los ecosocialistas, la puesta en acción de la "economía moral", en el
sentido que dio E.P. Thompson a este término, es decir, una política económica
fundada sobre criterios no-monetarios y extra-económicos: en otros términos, la
"reintricación" de lo económico en el ecológico, lo social y lo
político. (7)
Las
reformas parciales son completamente insuficientes: es necesario reemplazar la
micro-racionalidad de la ganancia por una macro-racionalidad social y
ecológica, lo que requiere un cambio
real de civilización. (8) Ello es imposible sin una reorientación
tecnológica profunda y apuntando al reemplazo de las fuentes actuales de
energía por otras, no-contaminantes y renovables, como la energía eólica o la
solar. (9) La primera cuestión planteada es, entonces, sobre el control de los
medios de producción, y sobre todo por las decisiones de inversión y mutación
tecnológica; de modo que deben quitarse de los bancos y de las empresas
capitalistas esos medios y esas decisiones para volverse bienes comunes de la
sociedad. Ciertamente, el cambio radical no sólo involucra la producción, sino
también al consumo. Sin embargo, el problema de la civilización
burgués/industrial no es -como pretenden a menudo a los activistas ecológicos-
«el consumo excesivo» de la población, y la solución no es un «limitación»
general del consumo, fundamentalmente en los países capitalistas avanzados. Es
el tipo del consumo actual, fundado en el desperdicio y la ostentación, la
alienación mercantil, la obsesión pr acumular, lo que debe ponerse en cuestión.
Una
reorganización en su conjunto del modo de producción y consumo es necesaria,
fundada sobre criterios exteriores a los del mercado capitalista: en las
necesidades reales de la población (no necesariamente en las solventes) y la
salvaguarda del medio ambiente. En otros términos, una economía de transición
al socialismo, "re-ajustada" (como diría Karl Polanyi) en el medio
ambiente social y natural, porque está fundada en la opción democrática de
prioridades y inversiones decididas por la población -y no por leyes del
mercado o por un politiburó omnisciente. Todavía en de otros términos, una
planificación democrática local, nacional, y, tarde o temprano, internacional,
definiendo: 1) qué productos deben subvencionarse o tener una distribución
gratuita ; 2) qué opciones energéticas deben, ser permitidas, aunque ellas no
sean, en primer tiempo, las «rentables»; 3) cómo reorganizar el sistema de
transportes, según criterios sociales y ecológicos; 4) qué medidas se toman
para reparar, lo más rápidamente posible, los gigantescos daños al medio
ambiente dejados «en herencia» por el capitalismo. Y así en adelante...
Esta
transición no sólo manejaría a un nuevo modo de producción y a una sociedad
igualitaria y democrática, sino también un modo de vida alternativo, una nueva
civilización, ecosocialista, más allá del reino del dinero, de los hábitos de
consumo artificialmente inducidos por la publicidad, y de la producción al
infinito de mercancías que dañan el medio ambiente (¡el automóvil individual!).
¿Utopía? En el sentido etimológico
(«ningún lugar»), sin duda. Pero si no creemos más , como Hegel, que "todo
lo que es real es racional, y todo lo que es racional es real", ¿cómo
pensar una racionalidad sustancial sin hacerse llamar utopía? La utopía es
indispensable en el cambio social, con tal de que se funde en las
contradicciones de la realidad y en los movimientos sociales reales. Este es el
caso del ecosocialismo, que propone una estrategia de alianza entre los
"rojos y los verdes" –no en el sentido político estrecho de los
partidos socialdemócratas y de los partidos verdes, sino en un sentido más
amplio, es decir, entre el movimiento obrero y el movimiento ambientalista -y
de solidaridad con los oprimidos y explotados del Sur.
Esta
alianza implica que la ecología renuncia a las tentaciones del naturalismo
anti-humanista y abandona su pretensión de reempazar la crítica de la economía
política. Esta convergencia también implica que el marxismo se desembaraza de
su productivismo, sustituyendo el esquema mecanicista de la oposición entre el
desarrollo de las fuerzas productivas y relaciones de producción que las
limitan, por la idea, mucho más fecunda, de una transformación de las fuerzas
potencialmente productivas como fuerzas efectivamente destructivas.
(10)
Dinámica de cambio
La
utopía revolucionaria de un socialismo verde o de un comunismo solar no
significa que uno no debe actuar desde hoy mismo. Pero no tener ilusiones sobre
la posibilidad de "ecologizar" al capitalismo no significa que no
debe comprometerse con el combate por reformas
inmediatas. Por ejemplo, algunas formas de ecoimpuestos pueden ser útiles,
a condición de que sean portadores de una lógica social igualitaria (hacer
pagar a los contaminadores y no a los consumidores), y que se quite de encima
el mito de un cálculo económico del "precio de mercado" por el daño
ecológico: esa es una variable incomensurable desde el punto de vista
monetario. Tenemos necesidad desesperadamente de ganar tiempo, de luchar
inmediatamente por la prohibición del CFCS que destruye la capa de ozono, por
una prohibición de los OGM, por una severa limitación de los gases responsables
del efecto invernadero, por privilegiar a los transportes públicos por encima
del uso del automóvil individualista, contaminante y anti-social. (11)
La
trampa que nos amenaza en esta tierra es ver nuestras reivindicaciones tomadas
positivamente en cuenta, pero vaciándolas de su contenido. Un caso ejemplar son
los «Acuerdos de Kyoto» sobre el cambio climático, en los que se previó una
reducción mínima del 5% en relación a 1990 –lo que es demasiado poco para para
tener resultados efectivos- en la emisión de gases responsables del
calentamiento global del planeta. Como se sabe, EU, principal fuerza
responsable de la emisión de gases, se rehusó obstinadamente a firmar esos
Acuerdos; en cambio, Europa, Japón y Canadá, sí firmaron dichos Acuerdos, pero
reordenando sus términos –con el famoso «mercado de derechos de emisión», o el
reconocimiento del supuestamente «bien del carbono»-, que todavía reduce más el
alcance, ya muy limitado, de estos Acuerdos. En lugar de los intereses a largo
plazo de la humanidad, predominaron aquellos que, a simple vista, son los de la
multinacional del petróleo y el complejo industrial del automóvil. (12)
La
lucha por las reformas eco-sociales puede ser portadora de una dinámica de
cambio, de "transición" entre las demandas mínimas y el programa
máximo, a condición de que rechace los argumentos y las presiones de los
intereses dominantes, de apelar a las reglas del mercado, la competitividad o
la "modernización". Algunas demandas inmediatas ya son, o puede
volverse rápidamente, el lugar de una convergencia entre los movimientos
sociales y los movimientos ecologistas, entre sindicalistas y conservacionista,
entre rojos y verdes:
La
promoción del transporte pública -trenes, metros, camiones, tranvías-, bien
organizado y gratuito, como alternativa a los embotellamientos y la
contaminación de ciudades y campos gracias al uso del automóvil individual y al
sistema de caminos y ttransporte.
La
lucha contra el sistema de la deuda y los "ajustes
ultra-neo-liberales" impuesto por el FMI y el Banco Mundial a los países
del Sur, con consecuencias sociales y ecológicas dramáticas: el desempleo
masivo, la destrucción de las protecciones sociales y de las culturas
vivientes, las destrucción de los recursos naturales por la exportación.
La
defensa de la salud pública contra la polución del aire, del agua (mantos
acuíferos) o de la comida, por la avaricia de las grandes empresas
capitalistas.
La
reducción del tiempo de trabajo como respuesta al desempleo y como visión de la
sociedad que privilegia el tiempo libre respecto a la acumulación de bienes y
posesiones. (13)
Sin
embargo, en la lucha por una nueva civilización, a la vez más humana y más
respetuosa de la naturaleza, el conjunto de los movimientos sociales
emancipadores deben asociarse. Como lo dice tan bien Jorge
Riechmann:
"Este proyecto no es capaz de renunciar a
ninguno de los colores del arcoiris en el cielo: ni al rojo del movimiento
obrero anticapitalista e igualitario, ni al violeta de las luchas por la
liberación de la mujer, ni al blanco de los movimientos no violentes por la
paz, ni al anti-autoritario negro de los libertarios y anarquistas, y mucho
menos al verde de la lucha por una humanidad justa y libre sobre un planeta
habitable ". (14)
La ecología de los
pobres
La
ecología social ha devenido una fuerza social y política presente sobre la
tierra en la mayor parte de los países europeos, y también, hasta cierto punto,
en EU. Pero nada sería más falso que considerar que las cuestiones ecológicas
sólo preocupan a los países del Norte –que son un lujo de las sociedades ricas.
Cada vez más se desarrollan en los países del capitalismo periférico -el
"Sur"- los movimientos sociales con una dimensión ecológica.
Estos
movimientos reaccionan a un agravamiento creciente de los problemas ecológicos
de Asia, Africa y América Latina, como consecuencia de una política deliberada
de "exportación de la polución" por los países imperialistas. Esta
política, además, tiene una "legitimación económica insuperable"
-desde el punto de vista de la economía capitalista de mercado- formulado
recientemente por un experto eminente del Banco Mundial, el Sr. Lawrence
Summers: ¡los pobres cuestan menos caros! Para citar sus propios términos:
"la medición de costos de la polución dañina a la salud depende de los
rendimientos perdidos debidos a la morbilidad y la mortalidad acrecentadas.
Desde este punto de vista, una cuantificación dada de polución dañina a la
salud deberá ser realizada en los países con los costos más bajos es decir, en
los países con los salarios más bajos." (15) Una formulación cínica que
revela la lógica del Capital global mucho mejor que todos los sedantes
discursos sobre el "desarrollo" producidos por las instituciones
financieras internacionales.
Se ve
aparecer así en los países del Sur esos movimientos que J. Martinez-Alier llama
"la ecología de los pobres" o también "neo-narodnismo ecológico,
esto es, las movilizaciones populares en defensa de la agricultura campesina, y
del acceso comunal a los recursos naturales, amenazados de destrucción por la
expansión agresiva del mercado (o del Estado), así como por las luchas contra
el deterioro del ambiente provocado por el intercambio desigual, la
industrialización dependiente, las manipulaciones genéticas y el desarrollo del
capitalismo (los "agro-negocios") en el campo.
A
menudo, estos movimientos no se definen como ecologistas, aunque su lucha tiene
una dimensión ecológica determinante. (16)
Va de
suyo que estos movimientos no se oponen a mejoras traídas por el progreso
tecnológico: al contrario, la demanada de electricidad, agua corriente, tubería
de cloacas, y una multiplicación de clínicas médicas, son parte de su plataforma
de demandas. A lo que ellos se niegan es a que la polución y destrucción de su
hábitat natural sea a nombre de las leyes del mercado y a imperativos de la
"expansión" capitalista.
Un
texto reciente del dirigente campesino peruano Hugo Blanco expresa notablemente
el significado de esta «ecología de pobres»:
"A primera vista, el conservacionista aparece como el
tipo, el tipo ligeramente loco, para el cual el principal objetivo en la vida
es prevenir la desaparición de las ballenas azules o los osos pandas. Las gente
común tienen cosas más importantes de las cuales preocuparse, por ejemplo cómo
conseguir diariamente el pan. (...) Sin embargo, existe en Perú un gran
númerode personas que son conservacionistas. Por supuesto, si uno les
dice,"usted es ambientalista", ellos probablemente contestarán
"ecologista su hermana"... y todavía: ¿habitantes de la ciudad de Ilo
y de los pueblos circundantes, en lucha contra la polución provocada por el
Perú Del sur la Corporación Cobriza son considerados conservacionista o no?
(...) ¿Y la población del Amazonas, no es completamente ambientalista, dispusta
a morirse por defender sus bosques contra la depredación? De la misma manera la
población pobre de Lima, cuando protesta contra la polución de las aguas".
(17)
Entre
las demostraciones inombrables de "la ecología de los pobres",
un movimiento aparece como particularmente ejemplar, por su alcance a la vez
social y ecológico, local y global, rojo y verde: la lucha de Chico Mendes y la
Unión de Gentes del Bosque en defensa del Amazonas brasileño, contra el trabajo
destructor de los terratenientes y los agro-negocios multinacionales.
Recordemos
brevemente los momentos principales de esta confrontación. Militante sindical
ligado a la Central Única de Trabajadores, partidario del nuevo
movimiento representado por el socialista Partido de los Trabajadores, Chico
Mendes organizó, a principios de los años 80, ocupaciones de tierras por los
campesinos que vivían de la extracción de caucho (seringueiros) contra los latifundistas que envíaban a sus
excavadoras contra los bosques para remplazarlo por pastizales. En un segundo
momento tiene éxito organizando a los campesinos, a los obreros agrícolas, a
los seringueiros, a los sindicalistas y a las tribus indígenas -con el apoyo de
las comunidades de base de la iglesia- en la Alianza de los Pueblos del Bosque,
que hace fracasar muchas tentativas de deforestación. El eco internacional de
estas acciones le vale en 1987 el otorgamiento del Premio Ecológico Global,
aunque un poco después, en diciembre de 1988, los latifundistas le expresan su
estima por su combate y lo mandan asesinar con sus pistoleros.
Por su
articulación entre socialismo y ecología, luchas campesinas e indígenas,
supervivencia de poblaciones locales y salvaguarda del entorno global (la
protección de la última gran selva tropical), este movimiento pudo convertirse
en un ejemplo de las futuras movilizaciones populares en el «Sur».
Un vasto movimiento
Hoy, a
la vuelta del siglo veintiuno, la ecología social se volvió uno de los
ingredientes más importantes del vasto movimiento contra la globalización
capitalista neoliberal, que también está en proceso de desarrollarse al Norte y
al Sur del planeta. La masiva presencia de activistas ambientalistas fue uno de
los rasgos llamativos de la gran manifestación de Seattle contra la
Organización Mundial del Comercio en 1999. Y en el movimiento del Foro Social
Mundial de Porto Alegre en 2001, uno de los actos simbólicos más fuertes del
evento fue la operación conjunta entre militantes del Movimiento Sin Tierra, de
campesinos brasileños, y activistas de la Confederación Francesa de Campesinos
de José Bové, de la destrucción de una plantación de maíz transgénico de la
multinacional Monsanto. La lucha contra la multiplicación desenfrenada de los
organismo genéticamente modificados (OGM) moviliza en Brasil, en Francia y en
otros países, no sólo al movimiento ecológico, también al movimiento campesino,
y a una parte de la izquierda, con la simpatía de la opinión pública, la
preocupación por las consecuencias imprevisible de las manipulaciones
transgénicas en la salud pública y el ambiente natural.
La
lucha contra la mercantilización del mundo y la defensa del ambiente, la
resistencia a la dictadura de las multinacionales, el combate por la ecología,
todo ello está íntimamente ligado en la reflexión y la práctica del movimiento
mundial contra la globalización del capitalismo neoliberal.
Notas
(1) Ver al respecto la excelente obra de
Joel Kovel, The Ennemy of Nature. The end
of capitalism or the end of the world ?, New York, Zed Books, 2002.
(2) W.Benjamin, Sentido Unico, Paris, Lettres Nouvelles - Maurice Nadeau, 1978, p.
243 y "Tesis sobre la filosofía de la historia", en L’homme, le langage et la culture,
Paris, Denoël, 1971, p. 190. Se puede mencionar también al socialista austriaco
Julius Dickmann, autor de un ensayo pionero publicado en 1933 en La critique sociale: según él, el
socialismo sería el resultado no de un "desarrollo impetuoso de las
fuerzas productivas", sino sobre todo una necesidad impuesta por el
"encogimiento de la reservas naturales " dilapidadas por el Capital.
El desarrollo "irreflexivo" de las fuerzas productivas por el
capitalismo mina las condiciones mismas de la existencia del género humano.
("El verdadero límite de la producción capitalista", La critique sociale, n° 9, septembre
1933).
(3) James O’Connor, "La segunda
contradicción del capitalismo: causas y conssecuencias", Actuel Marx n° 12. "L’écologie, ce
matérialisme historique", Paris, 1992, pp. 30, 36.
(4) Tiziano Bagarolo, "Encore sur marxisme
et écologie", Quatrième
Internationale, n° 44, Mai-juillet 1992, p.25.
(5) James O’Connor, Natural Causes. Essays in Ecological Marxism, New York, The
Guilford Press, 1998, pp. 278, 331.
(6) M.Mies, "Liberacion del consumo o
politizacion de la vida cotidiana", Mientras
Tanto, n° 48, Barcelona, 1992, p. 73.
(7) Cf. Daniel Bensaïd, Marx l’intempestif, pp. 385-386, 396 y Jorge Riechman, ¿Problemas con los frenos de emergencia?,
Madrid, Editorial Revolucion, 1991, p. 15.
(8) Ver el notable ensayo de Jorge Riechman,
"El socialismo puede llegar solo en bicicleta", Papeles de la Fondation de Investigaciones Marxistas, Madrid, n° 6,
1996.
(9) Ciertos marxistas reivindican ya un
"communismo solar": ver David Schwartzman, "Solar
Communism", Science and Society.
Special issue "Marxism and Ecology", vol. 60 ; n° 3 1996.
(10) D.Bensaid, Marx l’Intempestif, pp. 391, 396.
(11) Jorge Riechmann, "Necesitamos una
reforma fiscal guiada por criterios igualitarios y ecologicos", en De la economia a la ecologia, Madrid,
Editorial Trotta, 1995, pp. 82-85.
(12) Ver el análisis esclarecedor de John
Bellamy Foster, « Ecology against Capitalism », Monthly Review. vol. 53, n° 5, october 2001, pp. 12-14.
(13) Ver Pierre Rousset, "Convergence de
combats. L’écologique et le social", Rouge,
16 mai 1996, pp. 8-9.
(14) J.Riechmann, "El socialismo puede
llegar solo en bicicleta", p. 57.
(15) Cf. "Let them eat pollution", The Economist, 8 febrero 1992.
(16) J.Martinez-Alier, "Political Ecology,
Distributional Conflicts, and Economic Incommensurability", New Left Review, n° 211, mai-juin 1995,
pp. 83-84.
(17) Artículo en el cotidiano La Republica, Lima, 6 abril 1991 (citado
por Martinez-Alier, Ibid. p. 74).
*
Contribución publicada en "Ecologie et socialisme", Michael Löwy
coord., Syllepse, Paris 2005.
Traducción:
Andrés Lund Medina
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