Como cada año desde hace 35 se ha celebrado una nueva edición de la Fiesta del PCE,
y hasta allí nos hemos desplazado. La Fiesta del PCE, con independencia
de las tesituras y circunstancias que han podido marcar mayor o menor
asistencia de público, siempre nos ha parecido un elemento para conocer
el estado de ánimo de las izquierdas a lo largo y ancho de esta España.
Lugar de encuentro con viejos amigos y ex-camaradas, punto de encuentro
de propuestas, debates y porqué no, de propuesta cultural y lúdica, la
Fiesta siempre nos pareció una herramienta fundamental para la política
del PCE. Deseamos la consolidación de este espacio en ediciones futuras y
deseamos que vuelva algún día a su espacio original de la Casa de Campo
(ello habrá supuesto que la izquierda vuelve a gobernar Madrid).
Uno de los temas más profundamente
tratados en la Fiesta del PCE -como no podía ser de otra manera- ha sido
el de la crisis. Y a la crisis le vamos a dedicar esta entrada con un
trabajo de Immanuel Wallerstein. Este autor que ya conocemos en el blog, por haber participado en el taller de marxismo con los artículos “El conflicto de clases en la economía-mundo capitalista” y “Marx y la Historia: la polarización” , es
Académico Investigador Sénior en la universidad norteamericana de Yale.
El volumen IV de su obra El moderno sistema-mundo apareció en mayo de
2011, al mismo tiempo que nuevas ediciones de sus tres primeros
volúmenes. Ediciones en castellano: El moderno sistema mundial. La agricultura capitalista y los orígenes de la economía-mundo europea en el siglo XVI, Siglo XXI Editores, Madrid, 1979; El moderno sistema mundial II. El mercantilismo y la consolidación de la economía-mundo europea, 1600-1750, Siglo XXI Editores, México, 1984; El moderno sistema mundial III. La segunda era de gran expansión de la economía-mundo capitalista, 1730-1850, Siglo XXI Editores, México, 1998.
El presente ensayo se basa en una charla del autor en las jornadas
sobre «Crisis global: repensando la economía y la sociedad», Universidad
de Chicago, 3-5 de diciembre de 2010, sesión dedicada a «Entender la
crisis históricamente».
Crisis estructural en el sistema-mundo. Dónde estamos y a dónde nos dirigimos
Immanuel Wallerstein
He escrito repetidamente acerca de la crisis estructural del sistema-mundo; la ocasión más reciente, en la New Left Review de febrero de 2010,[i]
por lo que me limitaré aquí a resumir mi posición sin entrar en los
argumentos detallados de la misma. Estableceré mi posición en forma de
un conjunto de premisas. No todo el mundo las comparte, aunque son la
composición que hago acerca de dónde nos encontramos hoy. Sobre la base
de esa composición, me propongo abordar la pregunta de a dónde
dirigirnos desde este punto.
Premisa 1
Todos los sistemas, desde el universo
astronómico hasta el más pequeño de los fenómenos físicos, incluyendo
por supuesto los sistemas sociales históricos, tienen una vida. Empiezan
su existencia en un cierto momento, un hecho que es necesario explicar,
y tienen una vida «normal» cuyas reglas también es preciso explicar. A
lo largo del tiempo, el funcionamiento de su vida normal tiende a
llevarlos lejos del equilibrio, momento en el que entran en una
situación de crisis estructural, y a su debido tiempo dejan de existir.
El funcionamiento de su vida normal tiene que analizarse en términos de
ritmos cíclicos y tendencias seculares. Los ritmos cíclicos son
conjuntos de fluctuaciones sistémicas (ascendentes o descendentes) con
las que el sistema, regularmente, retorna a una situación de equilibrio.
Se trata no obstante de un equilibrio dinámico, puesto que, al terminar
un ciclo a la baja, el sistema no retorna nunca exactamente al lugar
donde se encontraba al iniciarse un ciclo ascendente. Esto ocurre porque
las tendencias seculares (que implican incrementos lentos y a largo
plazo de algunas características sistémicas) empujan la curva a un
parsimonioso movimiento ascendente que se puede medir por un cierto
porcentaje de esas características del sistema.
Al final, las tendencias seculares mueven
al sistema demasiado cerca de sus asíntotas, con lo cual aquél se
muestra incapaz de mantener su lento, regular, normal, impulso
ascendente. A partir de ahí, el sistema empieza a fluctuar violenta y
repetidamente en su camino hacia una bifurcación, esto es, hacia una
situación caótica en la que no puede mantenerse un equilibrio estable.
En tal situación caótica, existen dos posibilidades notablemente
divergentes de crear un nuevo orden a partir del caos, o sea, de
alcanzar un nuevo sistema estable. Podemos denominar este período la
crisis estructural del sistema, en cuyo seno se produce una batalla
—política en el caso de sistemas sociales históricos—, que abarca todo
el sistema y que sirve para dilucidar cuál de los dos resultados
posibles y alternativos será el que colectivamente se «elija».
Premisa 2
Se trata de la descripción de las
características más importantes con las que la economía-mundo
capitalista, en tanto que sistema social histórico, ha operado. El
impulso implícito que guía la conducta de los capitalistas en un sistema
de mercado es la acumulación sin fin de capital,
independientemente de dónde y cómo se alcance esa acumulación. Puesto
que dicha acumulación tiene como condición de existencia la apropiación
de plusvalía, ese mismo impulso produce también la lucha de clases.
Acumular capital de manera sustantiva
solo es posible si una empresa, o grupo de empresas, tiene una posición
de cuasi-monopolio sobre la producción en el nivel de la economía-mundo.
Y que se alcance esa posición depende del apoyo activo de uno o más
estados. Llamaremos a esos cuasi-monopolios industrias dominantes,
empresas que presentan importantes cadenas de vínculos comerciales y de
intereses tanto con proveedores («hacia atrás») como con clientes
(«hacia delante»). Con el paso del tiempo, sin embargo, todos los
cuasi-monopolios se autocancelan o se extinguen, puesto que nuevos
productores, atraídos por el muy alto nivel de ganancias, adquieren la
capacidad, de una u otra manera, de entrar en el mercado y reducir el
grado de monopolio. La competencia acrecentada reduce los precios de
venta pero también el nivel de ganancia y, con ello, la posibilidad de
una acumulación de capital significativa. Podemos denominar la relación
entre actividades productivas monopolísticas y competitivas una relación
del tipo centro-periferia.
La existencia de un cuasi-monopolio
permite la expansión de la economía-mundo —en términos de crecimiento—,
así como un cierto goteo o una filtración de los beneficios hacia
enormes grupos de las capas sociales inferiores de las poblaciones del
sistema-mundo. El agotamiento de un cuasi-monopolio conduce a un
estancamiento de alcance sistémico que reduce el interés de los
capitalistas en la acumulación por medio de empresas productivas. Las
antiguas empresas dominantes proceden a un cambio de ubicación hacia
zonas con menores costes de producción, y aceptan el incremento de los
costes de transacción a cambio de la reducción de los costes
productivos, en particular, de los costes salariales. Los países donde
se reubican esas industrias consideran que tal cambio conlleva
«desarrollo», pero son esencialmente los receptores de operaciones que
antes eran características del centro y que allí ya han sido
descartadas. Entre tanto, el desempleo crece en las zonas desde las que
se deslocalizan esas industrias y el antiguo goteo, o filtración, de
beneficios hacia las capas inferiores queda invertido o se detiene, al
menos en parte.
Este proceso cíclico suele conocerse como «ciclos largos de Kondratiev», que en el pasado han tendido a durar un promedio de 50 o 60 años para el ciclo entero.[ii]
Ciclos como este se han sucedido durante los pasados quinientos años. Y
una consecuencia sistémica de los mismos es una constante y lenta
reorientación en lo que se refiere a la ubicación de las zonas más
favorecidas económicamente, sin que, no obstante, cambie la proporción
de las zonas así aventajadas.
Un segundo ritmo cíclico fundamental de
la economía-mundo capitalista es el que implica al sistema interestatal.
Todos los estados del sistema-mundo son teóricamente soberanos pero, en
la práctica, se encuentran altamente constreñidos por los procesos que
afectan al sistema interestatal. Sin embargo, algunos estados son más
poderosos que otros, en el sentido de que poseen un mayor control sobre
la fragmentación interna y la intrusión externa. Ningún Estado, no
obstante, es totalmente soberano.
En un sistema de multiplicidad de
estados, hay ciclos notablemente largos durante los cuales un Estado se
las arregla para convertirse, de forma relativamente breve, en el poder
hegemónico. Y ser un poder hegemónico equivale a hacerse con un poder
geopolítico cuasi-monopolístico en el cual el Estado en cuestión está
capacitado para imponer sus reglas, su orden, al sistema en su conjunto y
de hacerlo de maneras que favorezcan la maximización de la acumulación
de capital a empresas ubicadas dentro de sus fronteras.
No es fácil alcanzar la posición de poder
hegemónico, por lo que solo ha sido verdaderamente el caso en tres
ocasiones en los quinientos años de historia del moderno sistema-mundo:
las Provincias Unidas o Países Bajos, a mediados del siglo XVII; el
Reino Unido, a mediados del siglo XIX, y los Estados Unidos, a mediados
del siglo XX.[iii]
La hegemonía de verdad ha durado, en
promedio, solo veinticinco años. Al igual que los cuasi-monopolios de
las industrias dominantes, los cuasi-monopolios de poder geopolítico se
autoextinguen. Otros estados mejoran su posición económica y, por ende,
la cultural y la política, y acaban por disminuir su disposición a
aceptar el «liderazgo» del antiguo poder hegemónico.
Premisa 3
Esta premisa equivale a una lectura de lo
que ha ocurrido en el moderno sistema mundial entre 1945 y 2010. Divido
este lapso en dos períodos: aproximadamente de 1945 a 1970, y de 1970 a
2010. Sintetizo aquí, nuevamente, lo que he argumentado a fondo con
anterioridad. El período que va desde 1945 hasta alrededor de 1970
constituye uno de los grandes momentos de expansión en la
economía-mundo; de hecho, de lejos, la más expansiva fase A de
Kondratiev de la historia de la economía-mundo capitalista. Cuando los
cuasi-monopolios fueron quebrados, el sistema mundial entró en una fase B
descendente de Kondratiev en la cual todavía se encuentra. Como era
previsible, los capitalistas, desde la década de 1970, han reorientado
su actividad central desde el área productiva a la financiera. A
continuación, el sistema mundial entró en la más extensa y sostenida
serie de burbujas especulativas de la historia del moderno sistema
mundial, que ha generado los mayores niveles de endeudamiento múltiple.
El período que va aproximadamente de 1945
a 1970 fue también el período de hegemonía completa de los Estados
Unidos en el sistema-mundo. Una vez ese país llegó a un acuerdo (llamado
retóricamente «Yalta») con la Unión Soviética, el único entre los
restantes estados militarmente fuerte, la hegemonía norteamericana fue
esencialmente incontestada. Pero, a continuación, una vez quebrado el
cuasi-monopolio geopolítico, los Estados Unidos iniciaron un período de
declive hegemónico que ha escalado desde un declive lento a uno
precipitado durante la presidencia de George W. Bush.[iv]
La hegemonía norteamericana fue de lejos mucho más extensa y total que
la de los previos poderes hegemónicos, y su declive pleno promete ser el
más veloz y más completo.
Hay otro elemento que debe introducirse
en la imagen, a saber, la revolución mundial de 1968, que tuvo lugar
esencialmente entre 1966 y 1970 en las tres regiones geopolíticas
principales del sistema mundial: el mundo paneuropeo («Occidente»), el
bloque socialista («Oriente») y el Tercer Mundo (el «Sur»).[v]
Dos elementos comunes confluyeron en
estos levantamientos políticos locales. El primero fue la condena, no
solo de la hegemonía norteamericana, sino también de la connivencia
soviética con los Estados Unidos. El segundo consistió en el rechazo, no
solo del «liberalismo centrista» dominante, sino también del hecho de
que los movimientos antisistémicos tradicionales (la «Vieja Izquierda»)
se hubieran convertido en lo esencial en encarnaciones del liberalismo
de centro (como lo habían hecho los movimientos conservadores de la
corriente principal).[vi]
A pesar de que los levantamientos en sí
de 1968 no duraron mucho, se produjeron dos consecuencias políticas
principales en la esfera ideológico-política. La primera fue que el
liberalismo centrista terminó su prolongado reinado (1848-1968) en tanto
que única posición ideológica legítima y tanto la izquierda radical
como la derecha conservadora recuperaron sus papeles contestatarios
autónomos en el sistema mundial.
La segunda consecuencia, para la
izquierda, fue el fin de la legitimidad de la reivindicación de la Vieja
Izquierda de ser el actor político nacional primordial en
representación de la izquierda, a la que debían subordinarse todos los
demás movimientos. Las denominadas gentes olvidadas (mujeres, «minorías»
religiosas, raciales y étnicas, naciones «indígenas», personas de
orientación sexual no-heterosexual), así como las comprometidas con
temas relativos a la ecología y la paz, reafirmaron su derecho a ser
considerados actores primordiales con el mismo nivel que los sujetos
históricos de los movimientos antisistémicos tradicionales. Esos grupos
rechazaron definitivamente la pretensión de los movimientos
tradicionales de controlar sus actividades políticas y culminaron con
éxito su demanda de autonomía. Después de 1968, los movimientos de la
Vieja Izquierda accedieron a la reivindicación política de esos grupos
de que sus demandas gozaran del mismo trato habitual en lugar de
relegarlas a un futuro postrevolucionario.
Desde el punto de vista político, lo que
ocurrió en los veinticinco años que siguen a 1968 fue que una derecha
mundial revigorizada se reafirmó de manera más efectiva que el más
fragmentado mundo de la izquierda. La derecha mundial, liderada por los
republicanos de Reagan y los conservadores de Thatcher, transformó el
discurso y las prioridades políticas del mundo.
El pomposo término «globalización» sustituyó al pomposo término previo de «desarrollo». El denominado Consenso de Washington
exhortó a la privatización de las empresas productivas estatales; a la
reducción del gasto público; a la apertura de las fronteras para un
incontrolable flujo de entrada de mercancías y capital, y a orientar la
producción hacia la exportación. Sus objetivos primordiales eran
invertir el avance de los estratos bajos durante la fase A de
Kondratiev. La derecha mundial buscó la reducción de la totalidad de los
costes principales de producción, destruir el Estado de bienestar en
todas sus versiones y reducir el ritmo del declive del poder
norteamericano en el sistema-mundo.
La Sra. Thatcher acuñó el eslogan «No hay
alternativa», o TINA por sus siglas en inglés. Para asegurarse de que,
en efecto, no hubiera alternativa, el Fondo Monetario Internacional,
respaldado por el Tesoro norteamericano, puso como condición de
cualquier asistencia financiera a países con crisis presupuestarias su
adhesión a las estrictas condiciones neoliberales del FMI. Esta
draconiana táctica funcionó durante unos veinte años, conllevó el
colapso de los regímenes liderados por la Vieja Izquierda o la
conversión de los partidos de esa Vieja Izquierda a la doctrina de la
primacía del mercado. Pero hacia mediados de la década de 1990 emergió
una resistencia popular al Consenso de Washington de intensidad
significativa y cuyos tres momentos principales fueron los siguientes:
el alzamiento neozapatista en Chiapas el 1 de enero de 1994; las
manifestaciones de Seattle contra la reunión en dicha ciudad de la
Organización Mundial de Comercio, que echó por tierra el intento de
aprobar medidas de ámbito mundial que constreñían los derechos de la
propiedad intelectual, y la fundación del Foro Social Mundial de Porto
Alegre en 2001.
La crisis asiática de la deuda de 1997 y
el colapso de la burbuja de la vivienda en los Estados Unidos, en 2008,
nos condujeron a la actual discusión pública sobre la denominada crisis
financiera del sistema mundial que no es, de hecho, otra cosa que la
penúltima burbuja en la serie de crisis de la deuda en cascada desde la
década de 1970.
Premisa 4
Esta premisa consiste en la descripción
de lo que ocurre en una crisis estructural, que es lo que afecta en la
actualidad al sistema mundial, ha estado presente al menos desde los
años de la década de 1970 y continuará presente hasta probablemente
alrededor de 2050. La característica primordial de una crisis
estructural es el caos. Caos no equivale a una situación hecha de
acontecimientos totalmente fortuitos. Es una situación de fluctuaciones
rápidas y constantes que afectan a todos los parámetros del sistema
histórico, lo que incluye no solo a la economía mundial, el sistema
interestatal y las corrientes cultural-ideológicas, sino también la
disponibilidad de recursos vitales, la naturaleza adversa de las
condiciones climáticas y la presencia de pandemias.
Los virajes constantes y relativamente
rápidos en las condiciones inmediatas convierten en extremadamente
problemáticos incluso los cálculos a corto plazo que llevan a cabo
estados, empresas, grupos sociales y unidades domésticas. La
incertidumbre hace que los productores sean muy cautos acerca de la
producción, porque están lejos de saber con certeza si hay clientes para
sus productos. Se trata de un círculo vicioso, puesto que una reducción
de la producción significa una reducción del empleo, lo que significa
menos clientes para los productores. La incertidumbre se agrava debido a
los cambios rápidos en los tipos de cambio de las monedas.
Para los que poseen recursos, la
especulación en los mercados es la mejor alternativa. Pero incluso la
especulación exige un cierto nivel de garantías a corto plazo que
reduzca el riesgo hasta proporciones manejables. A medida que el riesgo
aumenta, la especulación se convierte cada vez más en un juego de puro
azar en el que hay grandes ganadores de vez en cuando y, mayormente,
grandes perdedores.
Si nos situamos en el nivel de las
unidades domésticas, el grado de incertidumbre que existe empuja a la
opinión popular tanto hacia la formulación de demandas de protección y
de proteccionismo, como hacia la búsqueda de chivos expiatorios y de los
verdaderos especuladores. El malestar popular determina la conducta de
los actores políticos, a los que empuja a lo que se denomina posiciones
extremistas. El ascenso del extremismo («el centro ya no sirve») provoca
la parálisis de la situación política en los niveles nacional e
internacional.
Puede que haya momentos de respiro para
algunos estados concretos o para el sistema mundial en su conjunto, pero
esos momentos pueden acabarse también rápidamente. Uno de los elementos
que interrumpe esos momentos de respiro son las marcadas subidas de los
costes de todos los insumos básicos, tanto para la producción como para
la vida cotidiana: energía, alimentos, agua, aire respirable, a lo que
debe añadirse la insuficiencia de los fondos destinados a prevenir, o al
menos reducir, los daños derivados del cambio climático y las
pandemias.
Finalmente, el aumento significativo de
los estándares de vida de segmentos de la población de los denominados
países BRIC (Brasil, Rusia, India, China y algunos otros) ha venido a
agravar, de hecho, los problemas de acumulación de los capitalistas, al
diseminar la plusvalía y, con ello, reducir el monto disponible para la
delgada capa superior de la población de las sociedades mundiales. El
desarrollo de las denominadas «economías emergentes» agrava de hecho la
tensión sobre los recursos existentes en el mundo y, en esa medida,
agrava también el problema de demanda efectiva de esos países, con lo
que amenaza su capacidad de mantener el crecimiento económico de la
última o dos últimas décadas.
Davos contra Porto Alegre
Si se toman en cuenta todos los datos, el
cuadro resultante no es atractivo y nos conduce a la siguiente pregunta
política: ¿qué podemos hacer ante una situación como esta? Pero ante
todo: ¿quiénes son los actores en la batalla política? En una crisis
estructural, la única certeza es que el sistema existente, la
economía-mundo capitalista, no puede sobrevivir. Lo que se hace
imposible saber es cuál será el sistema sucesor. Se puede concebir la
batalla como una batalla entre dos grupos que he etiquetado como «el
espíritu de Davos» y «el espíritu de Porto Alegre».
El objetivo de cada grupo es totalmente
opuesto al del otro. Los que proponen «el espíritu de Davos» quieren un
sistema diferente: un sistema que es, en realidad, «no capitalista»,
pero que aún retiene tres de las características esenciales del sistema
actual: jerarquía, explotación y polarización. Los que proponen «el
espíritu de Porto Alegre» pretenden una clase de sistema que nunca ha
existido hasta ahora: relativamente democrático y relativamente
igualitario. Denomino «espíritu» a cada una de esas posiciones porque no
hay organizaciones centrales en ninguno de los lados de esta lucha y
porque, por cierto, los patrocinadores dentro de cada corriente se
hallan profundamente divididos sobre qué estrategia adoptar.
Los patrocinadores del espíritu de Davos
están divididos entre quienes se inclinan por el puño de hierro y buscan
aplastar a sus oponentes en todos los niveles, y los que desean cooptar
a los que favorecen la transformación mediante falsas señales de
progreso (como es el caso del «capitalismo verde» o la «reducción de la
pobreza»).
Existe también división dentro de quienes
promueven el espíritu de Porto Alegre. Están los que quieren una
estrategia y un mundo reconstruido que sea horizontal y descentralizado
organizativamente; son los que insisten en los derechos de los grupos,
tanto como de los individuos, como característica permanente del futuro
sistema mundial. Y están los que, una vez más, buscan crear una nueva
Internacional que, por lo que se refiere a su estructura, sea vertical
y, por lo que se refiere a sus objetivos de largo plazo, sea
homogeneizadora.
Esta es una situación política confusa, agravada por el hecho de que grandes sectores del establishment político
y de sus reflejos en los medios de comunicación —los expertos presentes
en el espacio público y académico—, insisten todavía en utilizar el
discurso de que el sistema capitalista pasa por dificultades momentáneas
y transitorias pero que, en lo esencial, se mantiene equilibrado. Eso
crea una nebulosa en cuyo interior se hace difícil debatir los temas
reales. Sin embargo, debemos hacerlo.
En mi opinión, es importante distinguir
entre la acción política a corto plazo (entendiendo por corto plazo, a
lo sumo, los próximos tres a cinco años) y la acción a medio plazo, que
busca que el espíritu de Porto Alegre prevalezca en la batalla por el
nuevo «orden a partir del caos», colectivamente «elegido».
En el corto plazo, hay una consideración
que alcanza preeminencia sobre todas las demás, a saber: minimizar el
dolor. Las fluctuaciones caóticas infligen enormes dosis de dolor en los
estados más débiles, en los grupos más débiles y en las unidades
domésticas más débiles en todos los segmentos del sistema-mundo. Los
gobiernos de todo el mundo, crecientemente endeudados y carentes de
recursos financieros, toman constantemente decisiones de todo tipo. La
lucha para garantizar que los recortes en la asignación de las rentas
recaigan en menor medida sobre los más débiles y en mayor medida sobre
los más fuertes constituye una batalla permanente. Es una batalla que,
en el corto plazo, requiere que las fuerzas de izquierda escojan siempre
el llamado mal menor, por muy desagradable que pueda ser. Desde luego,
uno puede siempre debatir cuál es el mal menor en una situación dada,
pero en el corto plazo nunca hay una alternativa a esa elección. Si no
es así, lo que se consigue es maximizar el dolor en lugar de
minimizarlo.
La opción de medio plazo es exactamente
el caso opuesto. No hay aquí posada a medio camino equidistante de los
espíritus de Davos y de Porto Alegre: no hay compromisos. O alcanzamos
un sistema-mundo significativamente más satisfactorio, que sea
relativamente democrático y relativamente igualitario; o bien
obtendremos uno al menos tan malo como el actual o, muy posiblemente,
mucho peor. La estrategia que corresponde a esta alternativa consiste en
movilizar apoyos en todas partes, en cada momento y de todas las formas
posibles. La concibo como una mezcolanza de tácticas que nos ayuden a
transitar en la dirección correcta.
La primera consiste en otorgar gran
importancia al análisis intelectual serio, no en una discusión conducida
meramente por intelectuales, sino a lo largo y a lo ancho de las
poblaciones del mundo. Debe ser una discusión animada por una gran
apertura de espíritu entre los que se inspiran en el espíritu de Porto
Alegre, lo definan como lo definan. Parece una recomendación anodina.
Pero el hecho es que, en el pasado, jamás hemos tenido realmente algo
parecido y, sin ello, no podemos esperar avanzar ni, mucho menos,
prevalecer.
Una segunda táctica consiste en rechazar
categóricamente el objetivo del crecimiento económico y reemplazarlo por
el de una máxima desmercantilización (eso que los movimientos de las
naciones indígenas de las Américas llaman «buen vivir»). Lo que
significa, no solo resistirse al impulso acrecentado hacia la
mercantilización de los últimos treinta años, en educación, en las
estructuras de salud, en lo que se refiere al cuerpo, el agua y el aire,
sino desmercantilizar asimismo la producción agrícola e industrial.
Cómo se hace eso no es algo inmediatamente obvio, y lo que implique en
la práctica solo lo podemos saber experimentando con ello ampliamente.
Un esfuerzo por crear mecanismos de
autosuficiencia, en especial por lo que se refiere a los elementos
básicos de la vida, como es el caso de alimentos y refugio, es una
tercera manera de enfocar la cuestión. La globalización que deseamos no
consiste en una división del trabajo única y totalmente integrada, sino
en una «alterglobalización» de entes autónomos múltiples que se
interconectan en su búsqueda por crear un «universalismo universal»
compuesto de los universalismos múltiples que existen. Tenemos que
socavar las reivindicaciones provincianas de los universalismos
particulares que se imponen sobre el resto de nosotros y nosotras.[vii]
Una cuarta táctica surge de inmediato de
la importancia de la autonomía. Estamos obligados a luchar de inmediato
para poner fin a la existencia de bases militares extranjeras por parte
de quien sea, independientemente de su ubicación o de cualquier otra
razón. Los Estados Unidos poseen la más amplia colección de bases, pero
no es el único Estado que las tiene. Por supuesto que la reducción de
bases nos permitirá también reducir la cantidad de recursos mundiales
empleados en maquinaria, equipo y personal militares, a la vez que
permitirá asignar esos recursos a usos más adecuados.
La quinta táctica, que tiene que ver con
las autonomías locales, consiste en un agresivo esfuerzo por acabar con
las desigualdades sociales fundamentales: las de género, raza,
etnicidad, religión y sexualidades (entre otras). Actualmente, estas
actividades son asumidas con fervor por la izquierda mundial, pero ¿ha
sido una prioridad real para todos nosotros? No lo creo.
Y por supuesto, no podemos esperar un
sistema-mundo mejor alrededor de 2050 si, entretanto, estalla alguna de
las tres supercalamidades pendientes: cambio climático irreversible,
pandemias de largo alcance y guerra nuclear.
¿Es lo que he presentado una lista
inocente de tácticas irrealizables por parte de la izquierda mundial, la
que patrocina el espíritu de Porto Alegre, para los próximos treinta a
cincuenta años? No lo creo. La única característica esperanzadora de una
crisis sistémica es el grado en que acrecienta la viabilidad de la
agencia, de lo que llamamos «libre albedrío». En un sistema histórico
que funciona con normalidad, incluso los grandes esfuerzos sociales
tienen efectos limitados a causa de la eficacia de las presiones para
retornar al equilibrio. Pero cuando el sistema está lejos de una
situación de equilibrio, cada pequeño elemento que se añade provoca
grandes efectos, y la totalidad de nuestros elementos, que se producen
cada nanosegundo en cada nanoespacio, puede (puede, no debe) marcar la diferencia para inclinar la balanza de la decisión «colectiva» en la bifurcación.
[i] Immanuel Wallerstein, «Structural crises» [Crisis estructurales], New Left Review, nº 62, marzo-abril de 2010, pp. 133-142. Una discusión previa y más extensa de la temática se puede consultar en Utopistics, or Historical Choices of the XXIth Century, The New Press, Nueva York, 1998, especialmente el capítulo 2; versión castellana: Utopística. O las opciones históricas del siglo XXI, UNAM: Siglo XXI Editores, 1998.
[ii]
Para una explicación más amplia de cómo funcionan los ciclos de
Kondratiev, véase el Prólogo a la nueva edición del volumen III de The modern world-system, University of California Press, Berkeley, 2011.
[iii]
Para una explicación más amplia de cómo funcionan los ciclos de
hegemonía, véase el Prólogo a la nueva edición del volumen II de The modern world-system, University of California Press, Berkeley, 2011.
[iv] Véase mi «Precipitate decline: the advent of multipolarity» [Se precipita el declive: el advenimiento de la multipolaridad], Harvard International Review, primavera de 2007, pp. 54-59.
[iv] Véase mi «Precipitate decline: the advent of multipolarity» [Se precipita el declive: el advenimiento de la multipolaridad], Harvard International Review, primavera de 2007, pp. 54-59.
[v]
Véase mi «1968: Revolution in the world-system, thesis and queries»
[1968, revolución en el sistema-mundo: tesis e interrogantes], en Theory and Society,
XVIII, 4 de julio de 1989, pp. 431-449, y también, con Giovanni Arrighi
y Terence K. Hopkins, «1989, the Continuation of 1968» [1989, la
continuación de 1968], Review, XV, nº 2, primavera de 1991, pp. 221-242.
[vi]
Para una explicación de cómo radicales y conservadores se convirtieron
en encarnaciones del liberalismo centrista, véase «Centrist liberalism
as an ideology» [El liberalismo centrista como ideología], capítulo 1 de
The modern world-system, IV, The triumph of centrist liberalism, 1789-1914 [El moderno sistema-mundo, El triunfo del liberalismo centrista, 1789-1914], University of California Press, Berkeley, 2011.
[vii] He presentado argumentos en esa dirección en European universalism. The rhetoric of power [El universalismo europeo. La retórica del poder], The New Press, Nueva York, 2006.
tomado de http://kmarx.wordpress.com/2012/09/24/crisis-estructural-en-el-sistema-mundo-donde-estamos-y-a-donde-nos-dirigimos/
tomado de http://kmarx.wordpress.com/2012/09/24/crisis-estructural-en-el-sistema-mundo-donde-estamos-y-a-donde-nos-dirigimos/
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